Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP

El 15 de agosto de 1939, solemnidad de la Asunción de María Santísima a los Cielos, nacía en São Paulo (Brasil), João Scognamiglio Clá Dias, hijo de Antonio Clá Díaz, español, y de Annitta Scognamiglio Clá Díaz, italiana. Recibió el Bautismo el 15 de junio del año siguiente en la Iglesia de San José de Ipiranga, próxima a su residencia. Desde la más tierna infancia fue galardonado por la Providencia con el don de la contemplación, así como por una gran facilidad para percibir la acción de Dios a través de las criaturas. Así, durante las noches, asaltado por el insomnio, se acostumbraba sentar en el alfeizar de la ventana de su cuarto para admirar largamente las estrellas. Aquél maravilloso y lento cortejo de brillos, visto por su imaginación de niño, era visto como el movimiento de los propios astros, causándole profunda impresión.

Juan con traje de Primera Comunión

Cuando contaba con cinco años, al entrar en la entonces Capilla de Nuestra Señora de los Dolores, perteneciente a las Padres Agustinos, del barrio de Ipiranga, encontró por primera vez al Santísimo Sacramento expuesto, justo en el instante en el que el Sacerdote se preparaba para dar la bendición. Inexplicablemente atraído por la Hostia blanca – sobre cuyo misterio aún no había sido instruido – así como por aquél ambiente de sacralidad y recogimiento, concluyó que se encontraba en presencia de Dios. La sensación de grandeza y majestad extraordinarias, y al mismo tiempo el efecto de la infinita bondad de Jesús, constituyeron para él una invitación para ser bueno y el punto de partida de una devoción eucarística que, como en transcurso de los años, solo crecería y se sublimaría.

Dr. Plinio como maestro de novicios de la Orden Tercera del Carmen

Durante sus estudios, cursados sucesivamente en el Grupo Escolar José Bonifácio, en el Ginásio (Instituto) Centro Independência y en el Colégio Estatal Presidente Roosevelt, Mons. João siempre se distinguió como el primer alumno de su clase, demostrando especial aptitud para las matemáticas y las artes. Sin embargo, eran las clases de Catecismo y las narraciones de Historia Sagrada las que hacían su encanto y lo colmaban de fe. La Confirmación, recibida el 26 de enero de 1948, así como la Primera Comunión, tomada el 31 de octubre del mismo año, vinieron a dilatar aquella verdadera pasión que siempre tuvo por todo lo que decía respecto a la vida sobrenatural y la Religión.

Cuando contaba con cinco años, al entrar en la entonces Capilla de Nuestra Señora de los Dolores, perteneciente a las Padres Agustinos, del barrio de Ipiranga, encontró por primera vez al Santísimo Sacramento expuesto, justo en el instante en el que el Sacerdote se preparaba para dar la bendición. Inexplicablemente atraído por la Hostia blanca – sobre cuyo misterio aún no había sido instruido – así como por aquél ambiente de sacralidad y recogimiento, concluyó que se encontraba en presencia de Dios. La sensación de grandeza y majestad extraordinarias, y al mismo tiempo el efecto de la infinita bondad de Jesús, constituyeron para él una invitación para ser bueno y el punto de partida de una devoción eucarística que, como en transcurso de los años, solo crecería y se sublimaría.
Durante sus estudios, cursados sucesivamente en el Grupo Escolar José Bonifácio, en el Ginásio (Instituto) Centro Independência y en el Colégio Estatal Presidente Roosevelt, Mons. João siempre se distinguió como el primer alumno de su clase, demostrando especial aptitud para las matemáticas y las artes. Sin embargo, eran las clases de Catecismo y las narraciones de Historia Sagrada las que hacían su encanto y lo colmaban de fe. La Confirmación, recibida el 26 de enero de 1948, así como la Primera Comunión, tomada el 31 de octubre del mismo año, vinieron a dilatar aquella verdadera pasión que siempre tuvo por todo lo que decía respecto a la vida sobrenatural y la Religión.
Al iniciar la adolescencia entró en choque con la decadencia moral y la vulgaridad que ya reinaban en la sociedad de aquella época, y se lamentó que no hubiese quien los combatiese con el debido vigor. En su corazón de niño deseaba con ardor revertir de alguna forma la bella armonía sideral, contemplada en su infancia, en la convivencia social de sus compañeros, sumando, además, una nota religiosa. Era el soplo del Espíritu Santo que lo entusiasmaba por el servicio a los demás, dentro de los sagrados muros de la Santa Iglesia. Bajo el influjo de estas gracias, al despuntar la juventud, ese empeño por amparar a sus coetáneos se volvió explícito: nació en él la propensión a la medicina, a la psicología y a las artes, así como su sueño de fundar una asociación de jóvenes para evitar que estos se perdiesen, relacionándolos con Dios y apoyarlos en la vía de la perfección. Se afligía al constatar cuantas personas se dejaban esclavizar por el egoísmo y actuaban solo por sus propios intereses. Sin embargo, una certeza, oriunda de su fe, le decía en su interior: “tiene que existir en el mundo un hombre enteramente bueno y desinteresado. Él está en mis caminos y en algún momento he de encontrarlo”. Por eso, a la noche, se arrodillaba a los pies de su cama y, llorando, rezaba esforzadas Treinta Ave Marías, pidiendo conocer cuanto antes a ese hombre, cuya silueta, por singular favor del Cielo, ya entreveía, aunque no con total nitidez.

Fue entonces que, el 7 de julio de 1956, primer día de la novena a Nuestra Señora del Carmen, Mons. João conoció a Plinio Corrêa de Oliveira, el varón que iluminó sus caminos, convocándolo a la plena integridad como hijo de la Santa Iglesia para que con Ella, en Ella y por Ella, luchase por el bueno orden de la sociedad. Lo que buscaba, lo encontró y por eso fue feliz. Contaba entonces con 17 años.

Por su parte, Plinio Corrêa de Oliveira – líder católico que marcó el siglo XX de punta a punta con el fulgor de su fe y determinada militancia en pro de los ideales de la Santa Iglesia – concibió desde niño la constitución de una Orden Religiosa de Caballería destinada a actuar junto a la opinión pública para reformarla. En 1928, habiendo ingresado en el Movimiento Católico como congregado mariano, reclutó un núcleo de amigos, pero le faltaba un brazo derecho que, compartiendo sus pensamientos, ejecutase plenamente sus designios.

Bênção do Santíssimo SacramentoAños más tarde, en misiva a Mons. João, describió él, recordando las agruras de aquel período de aislamiento: “Recuerde aquella súplica que se cantaba en la Congregación Mariana: ‘Da pacem, Domine, in diebus nostris, quia non est allius qui pugnat pro nobis nisi Tu, Deus noster – Dad la paz, Señor, a nuestros días, porque no hay quien luche por nosotros, a no ser Tú, Dios nuestro’. ¡Cuántas veces yo recé en ese sentido, para que Nuestra Señora me diese la paz en mis días, porque no había quien luchase por mí, a no ser Deus noster, y por lo tanto, Nuestra Señora! Más tarde, ¡Ella me dio un João, un gran guerrero en mi favor!”

El Dr. Plinio se transformó en el formador de la mentalidad de Mons. João y, además, lo robusteció en la perseverancia de las decisiones abrazadas por sus atractivas influencias. Fue por la lógica de sus maravillosas exposiciones, por la claridad de su pensamiento, así como por el agradable perfume de la su inocencia, que Mons. João resolvió abandonar todo y a todos para mejor servir a Dios, bajo su orientación y consejo. Junto a aquel varón pasó cuarenta años de convivio con lo sobrenatural, la nobleza de alma, la elevación de espíritu, el celo por la Iglesia y la sociedad, dentro de una íntegra veneración por toda y cualquier jerarquía; y en especial, una casi adoración por el Papado.

Entre los años 1957 y 1960, como primicia de los hechos apostólicos que habría de desarrollar, Mons. João ingresó en las Congregaciones Marianas, fue admitido en la Orden Tercera del Carmen y se consagró como esclavo de amor a la Santísima Virgen, según el método de San Luis María Grignion de Montfort.

En 1958 fue llamado a prestar el servicio militar en la recién creada 7ª Compañía de Guardias, del Batallón de Infantería nº 25, de São Paulo. Allí se destacó por la disciplina, voz de mando y capacidad militar, lo que le valió el ser agraciado con la Medalla Mariscal Hermes da Fonseca, “Distinción especial” entre los 208 conscriptos incorporados en aquel año. Además, le fue concedido el diploma “Mención honorífica” “por haber relevado buen comportamiento durante su permanencia en las filas del Ejército, trabajando en pro del nombre de la Unidad y consiguiendo con sus esfuerzos el elevado concepto que goza esta 7ª Compañía de Guardias”.

Consciente de la eficacia de la música como medio de evangelización, Monseñor João perfeccionó sus conocimientos junto al renombrado maestro Miguel Arqueróns, director del Coral Paulistano del Teatro Municipal de São Paulo.

La buenísima madre del Dr. Plinio, Da. Lucilia Ribeiro dos Santos Corrêa de Oliveira, fue para Mons. João, según sus propias palabras, “el ángel de la guarda” que lo ayudó a comprender en profundidad la infinita misericordia del Sagrado Corazón de Jesús. Él, por su parte, desempeñó junto a ella un auténtico papel de hijo durante los últimos años de su vida, antes de su fallecimiento, ocurrido en abril de 1968.

A partir de 1975, la figura de Mons. João adquirió mayor irradiación junto al Dr. Plinio: se volvió orientador de millares de jóvenes de varias naciones, ayudándolos y fortaleciéndolos en la fe, en una actitud de verdadera “solicitud para con todas las Iglesias” (II Cor, 11, 28). A unos arrancó de las garras del demonio, a otros los animó a buscar la perfección… Inauguró métodos nuevos de apostolado a través de programaciones en colegios e incluso del abordaje en la calle y lugares públicos. Abrió numerosas casas de formación en diversos países, en las que la vida de oración, el estudio y el ceremonial religioso se aliaron con el apostolado misionero, siempre con una nota muy marcada de disciplina y combatividad, heredades de su período del servicio militar.

Habiéndose embebido de la sabiduría tan característica de la espiritualidad del Dr. Plinio, Mons. João se transformó en su perfecto discípulo, capaz de llevar adelante la obra iniciada por su maestro, modelo, regente y guía. Sus cualidades naturales y sobrenaturales, su excelente actuación, osadía y fidelidad llevaron al Dr. Plinio a calificarlo de “bastón de mi vejez”, “auxiliar de oro”, “instrumento bendecido”, e incluso, de “alter-ego” – uno otro yo mismo. En cierta ocasión, el Dr. Plinio escribió: “Manda la justicia que lo diga: nadie me dio tantas alegrías como usted”.

Con la muerte del Dr. Plinio, sucedida el 3 de octubre de 1995, Mons. João enfrentó la ausencia física de aquella figura fundamental de su vida. En 1999 decidió fundar la Asociación Internacional Privada de Fieles Heraldos del Evangelio, que recibió la aprobación del Papa San Juan Pablo II el 22 de febrero de 2001, siendo así, la primera asociación pontificia del tercer milenio. Bajo las bendiciones de la Cátedra de Pedro, en poco tiempo la asociación se expandió por 78 naciones y pasó a englobar una amplia y brillante realidad, constituida en su mayoría por jóvenes. Misiones marianas en parroquias, Apostolado del Oratorio ‘María, Reina de los corazones’, visita a las familias, cárceles y hospitales, servicios de mailing para millones de personas, Proyecto ‘Futuro y Vida’ en las escuelas, TV-Arautos y agencia de noticias Gaudium Press, el Fondo de Ayuda ‘Misericordia’, son algunas de las actividades desarrolladas por los Heraldos en los más variados campos de la sociedad.

Gracias al apostolado realizado por Mons. João floreció también un numeroso grupo de jóvenes mujeres deseosas de entregarse a Dios según el carisma de los Heraldos del Evangelio. Ellas recibieron su estructura definitiva el 25 de diciembre de 2005, con la fundación de la Sociedad de Vida Apostólica Regina Virginum, aprobada pocos años más tarde, el 26 de abril de 2009, por el Papa Benedicto XVI.

Tanto los como las jóvenes, viviendo en comunidades separadas, abrazan una vida de intensa espiritualidad, incluyendo la participación diaria en la Eucaristía, la adoración al Santísimo Sacramento y la recitación del Rosario y de la Liturgia de las Horas. Además de la práctica de los consejos evangélicos de la obediencia, castidad y pobreza, observan el “ordo de costumbres”, cuidadosamente elaborado por el mismo Mons. João, que puede sintetizarse en la frase de Nuestro Señor Jesucristo “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt. 5, 48).

La vestimenta que portan simboliza la vocación a la que fueron llamados: escapulario marrón, de inspiración carmelitana, con una gran cruz blanca, roja y dorada, simbolizando la pureza inmaculada, la disposición a todos los sacrificios exigidos en el servicio de la Iglesia y la nobleza del ideal. La cadena que ciñe su cintura es el testimonio de la esclavitud de amor a la Santísima Virgen, y el rosario que pende en el lado derecho es el arma eficaz en el combate al mundo, al demonio y a la carne.

Bajo la orientación y el estímulo de Mons. João surgieron los Cooperadores de los Heraldos del Evangelio, abnegados voluntarios que dedican el tiempo disponible en medio de sus obligaciones familiares y profesionales a la evangelización, la difusión de la devoción a María, a llevar el confort a los enfermos y a los presos, la catequesis en las parroquias, la animación litúrgica y otras obras de apostolado. Visten ellos una característica capa blanca con una cruz de Santiago roja.

Basílica Nuestra Señora del Rosario.

La gran familia de los Heraldos del Evangelio cuenta, actualmente, con aproximadamente 10 millones de miembros en los cinco continentes.

Teniendo en vista la formación intelectual, espiritual y doctrinaria de sus seguidores, Mons. João realizó estudios teológicos tomistas con grandes catedráticos de la Universidad de Salamanca y del Angelicum de Roma. Entre ellos figuran el P. Victorino Rodríguez y Rodríguez, O.P; el P. Antonio Royo Marín, O.P; el P. Fernando Castaño, O.P.; el P. Esteban Gómez, O.P.; el P. Arturo Alonso Lobo, O.P.; el P. Raimondo Spiazzi, O.P.; y el P. Armando Bandera, O.P. Además de cursar Derecho en la tradicional Facultad del Largo de São Francisco, en São Paulo (Brasil), también se licenció en Humanidades por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, de Santo Domingo (República Dominicana). Obtuvo el Maestrazgo en Psicología por la Universidad Católica de Bogotá (Colombia). Se doctoró en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino (Angelicum), en Roma (Italia) y en Teología por la Universidad Pontificia Bolivariana, en Medellín (Colombia).

Mons. João también es miembro de la Sociedad Internacional Santo Tomás de Aquino (SITA), de la Academia Marial de Aparecida y fue miembro de la Pontificia Academia de la Inmaculada. Fue condecorado en diversos países por su actividad cultural y científica, recibiendo la Medalla de Ciencias de México, y la Medalla Anchieta, considerada la más alta condecoración en la ciudad de São Paulo (Brasil).

Además de abrir numerosas escuelas secundarias en varias ciudades de Brasil y en Portugal, Canadá, Colombia, Paraguay, Costa Rica, El Salvador, Guatemala y Mozambique, Mons. João también fundó el Instituto Filosófico Aristotélico-Tomista (IFAT) y el Instituto Teológico São Tomás de Aquino (ITTA), así como el Instituto Filosófico-Teológico Santa Escolástica (IFTE), para la rama femenina.

A Mons. João no le faltaron, sin embargo, reveses y dificultades, ya sea en el orden físico, como las enfermedades por las que fue acometido y que lo condujeron varias veces a las puertas de la muerte, ya sea en el orden moral, como las incomprensiones que tuvo que enfrentar por parte de algunos de sus más prójimos. Sin embargo, en todas estas situaciones pudo decir con el salmista: “De todos los temores me libró el Señor” (Sl. 33, 5).

Entre tanto, le fue fácil discernir los regios caminos a los que lo conducía el llamado de Dios, iniciado en la alborada de su conciencia. Una misteriosa inquietud lo impulsaba a más, arrebatando su interior. Junto al Santísimo Sacramento del Altar – por el cual, desde su más tierna infancia, se había grabado un especial ardor – su ser no encontraba la calma, sintiéndose siempre de algún modo angelizado y dispuesto a todos los holocaustos. ¿Cómo aproximarse aún más a Él, ser uno con Él, ser otro Él mismo, conociéndolo y amándolo con más fervor y, de esta manera, servir a la Santa Iglesia y a la sociedad con perfección? Buscando, con el auxilio de la gracia, mantener siempre el celibato y la castidad prometidos a Dios desde hacía varias décadas, brotó, irresistible y claro como un sol, el entrañado deseo de seguir las vías del sacerdocio, culminando así su camino de donación total a Dios y a la Santa Iglesia. “Quiero unirme más a Jesús, quiero ser vehículo suyo para absolver a cuantos encuentre buscando el perdón divino, quiero ser consumido como una hostia a su servició y en beneficio de mis hermanos y hermanas” (Carta, 25/4/2005)

Por eso, el 15 de junio de 2005, junto a otros 14 miembros de los Heraldos del Evangelio, Mons. João fue ordenado Sacerdote en la Basílica de Nuestra Señora del Carmen, en São Paulo. Para dar cuerpo a esta rama sacerdotal de su obra, fundó la Sociedad Clerical de Vida Apostólica Virgo Flos Carmeli. Aprobada por Su Santidad Benedicto XVI el 21 de abril de 2009, cuenta hoy con 161 clérigos y más de 300 seminaristas.

Con la rama sacerdotal se amplió evidentemente el abanico de las actividades de Mons. João. Partícipes de su infatigable celo, los sacerdotes heraldos se han lanzado a la conquista de las almas por el mundo entero: atienden a los enfermos en hogares y hospitales, oyen confesiones en parroquias, predican y dan catequesis, reintegran familias a la comunión con la Iglesia… la eximia pulcritud de sus gestos durante la celebración, la ortodoxia de la doctrina y, sobre todo, la exquisita práctica de la virtud son los puntos en los cuales se hacen sentir más la rectitud y la disciplina de Mons. João. Entusiasmados por su ejemplo, ellos lo imitaron con facilidad.

Para auxiliar a las obras eclesiales más carentes, Mons. João creó dentro de la Asociación de los Heraldos del Evangelio, en Brasil, el Fondo de Ayuda Misericordia, que recoge donativos por medio de mailing.

Mons. João recebe a Medalha Pro Ecclesia et PontificeCon la misma intención apostólica fundó la revista “Heraldos del Evangelio”, con una tirada de casi un millón de ejemplares mensuales, en cuatro idiomas, y la revista académica Lumen Veritatis. De los más de 200 libros y artículos escritos por él y publicados en los cinco continentes, sobresalen:

“Madre del Buen Consejo” (1992 y 1995), São Paulo-Nueva York, publicado también en italiano, inglés, español y albanés; “Doña Lucilia” (1995 y 2013), Roma-São Paulo, publicado también en español e inglés; “Pequeño Oficio de la Inmaculada Concepción comentado” (1997 y 2010), São Paulo, en 2 volúmenes; “Fátima, Aurora del Tercer Milenio” (1997 Best Seller), del cual fueron difundidos más de dos millones de ejemplares, publicado también en español, inglés, italiano, francés y polaco, difundido en más de 30 países; la Colección “María Santísima, el Paraíso de Dios revelado a los hombres” (2019-2020), en 3 volúmenes, próximamente publicada en español e inglés. Todas estas obras revelan gran riqueza y profundidad teológica, hasta el punto de merecer elogios de altos dignatarios de la Curia Romana y del Episcopado en general.

Amante de la belleza como reflejo de Dios, Mons. João edificó varias iglesias en estilo gótico policromado, escogiendo con detalle la combinación de los colores, las formas y las vidrieras. Entre ellas sobresale la de Nuestra Señora del Rosario, en Caieiras (Brasil), solemnemente dedicada el día 24 de febrero de 2008 por el Emmo. Cardenal Franc Rodé, y posteriormente erigida como Basílica Menor el 21 de abril de 2012. También la composición y ejecución musical de los numerosos coros y orquestas de los Heraldos, el diseño de cálices, ostensorios y otros objetos sacros, la creación de hábitos religiosos, el estilo de los monasterios y el bello diseño de libros y revistas son otros tantos frutos de su incomparable sentido artístico, cada vez más sobrenaturalizado a lo largo de los años.

En 2008, solo tres años después de su ordenación, Mons. João fue nombrado por Benedicto XVI como canónigo honorario de la Basílica Papal de Santa María la Mayor, en Roma, y Protonotario Apostólico. El 15 de agosto de 2009, por ocasión de su septuagésimo aniversario, el mismo Santo Padre, en reconocimiento por su obra en favor de la Santa Iglesia, otorgó a Mons. João a través de las manos del Cardenal Franc Rodé, Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, la Medalla Pro Ecclesia et Pontifice, una de las más altas honras concedidas por el Papa a quien se distingue por su actuación en favor de la Santa Iglesia y del Romano Pontifice.

En esa solemnidad, el Emmo. Cardenal Rodé afirmó: “En el momento de entregaros la condecoración con la cual el Santo Padre quiso premiar vuestros méritos, me vienen a la mente las palabras de San Bernardo, en el inicio de su tratado ‘De laude novæ militiæ’: ‘Hace algún tiempo que se difunde la noticia de que un nuevo género de caballería apareció en el mundo’. Estas palabras pueden aplicarse al momento presente. En efecto, una nueva caballería nació, gracias a Vuestra Excelencia, no secular, sino religiosa, con un nuevo ideal de santidad y un heroico empeño por la Iglesia. En este emprendimiento, nacido de vuestro noble corazón, no podemos dejar de ver una gracia particular dada a la Iglesia, un acto de la Divina Providencia en vista de las necesidades del mundo actual”.

El día 15 de agosto de 2019, Mons. João cumplió 80 años. No hay quien llegue a esta edad sin echar la vista atrás con mirada analítica: ¿cuáles serán los frutos de tan larga existencia?

En la vida de un hombre virtuoso, las edades deben sumarse y no substraerse, decía el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira, maestro e inspirador de Mons. João.

Esto quiere decir que, cuando la persona va avanzando de una etapa de su vida para la siguiente, necesita conservar el tesoro acumulado en la fase anterior. Así, cuando deja la infancia y entra en la adolescencia, tiene el deber de preservar en su alma el precioso tesoro de la inocencia y conservarlo hasta el fin de su vida.

A la inocencia debe sumarse el arrojo y la generosidad de la juventud. Nada de lo que quedó atrás debe perderse, debe sumarse.
En la longevidad del hombre completo, que consumió su vida por un gran ideal, puede que tenga su cuerpo desgastado, pero su alma estará más fuerte que nunca, enriquecida por las virtudes y dones adquiridos en cada etapa. Templada por el sufrimiento, estará siempre dispuesta a nuevas audacias, con la sabiduría del anciano y la fuerza del joven.

En esta perspectiva se comprende mejor la vida de Mons. João y la obra que realizó.
Mons. João es un hombre completo y universal. Habiendo completado los 80 años de vida, ¿será posible sintetizar en pocas líneas lo que él es?
“Vosotros sois la carta de Cristo” (2 Cor 3, 2), nos enseña San Pablo. Parafraseando al Doctor de los Gentiles, de Mons. João se puede decir que es una partitura de Dios, compuesta por el Espíritu Santo y enriquecida por la dulzura de la Virgen María, de quien es un gran devoto.

Una partitura que encierra la harmonía, una harmonía es una buena puerta de entrada para comprender lo que él es. Tantas realizaciones solo pueden nacer de los corazones de aquellos que rezan y que saben sufrir. Allí se adquieren las fuerzas para poder llevar con resignación y esperanza cristianas los sufrimientos y cruces que la Divina Providencia le envía, los cuales ofrece con alegría por la expansión de este apostolado en el mundo entero.

El espíritu disciplinado y fuerte del caballero cristiano resuena harmonioso con el afable corazón paterno.

Mons. João también experimentó el cumplimiento de las misteriosas palabras del Evangelio: “por causa de mi Nombre, seréis odiados” (Mt. 10, 22). Pero gracias a su unión con el Señor Jesús siempre supo perdonar de corazón: “Como el Señor os perdonó, así perdonaos también vosotros” (Col 3, 13).

Por fin, surge una interrogación: ¿cómo es posible hacer tanto en tan poco tiempo?

El secreto de una vida fecunda está en la oración, en el sufrimiento y en la vida interior. Por eso, se puede decir que Mons. João alcanzó a los 80 años un auge, viviendo la suma de las edades que le permite tener la actividad de un joven sumada a la prudencia y sabiduría de un hombre en la gran edad, dones que, como fundador, él trasmite a toda su obra.

Es lo que explica el crecimiento de los Heraldos del Evangelio.

Pero, ¿qué es lo que nos depara el futuro?

Pero, ¿qué es lo que nos depara el futuro?
Con la protección y el amparo de la Santísima Virgen, a pesar de tantos obstáculos que aparecen en el camino, se puede esperar todo, todo se puede osar, nada se debe temer a no ser el pecado. Nuestra Señora llevará a buen término esta obra que nació de sus manos virginales.

Cuanto más que, sin precipitaciones o temeridades, se puede decir: Mons. João solo está comenzando…

Comentarios del Clero sobre Mons. João

“[Mons. João] es un predicador con un sentido doctrinario muy seguro, un corazón de pastor con una irresistible atracción de líder carismático. [Tiene] una gran certeza de que la verdad es fuerte en sí misma, como afirma Santo Tomás de Aquino. Mons. Scognamiglio cree en la fuerza de la verdad, y presenta ese pensamiento de forma muy acertada, indicando al mismo tiempo la alegría de la verdad – gaudium de veritate”.

Cardenal Franc Rodé, CM

“[La colección ‘Lo inédito sobre los Evangelios’, de Mons. João] se trata de una obra de amplia unción pastoral, proveniente de la sagrada doctrina y de una amorosa ansia por la salvación de las almas”.

Cardenal Mauro Piacenza

“La mirada contemplativa [de Mons. João] impregna su vigoroso anuncio, como también su estilo teológico ayuda a sublimar la pura facticidad de lo descrito, en una discreta percepción del mismo misterio divino, que se vela bajo las imágenes y palabras, pero que se hace revelar, en una misteriosa transparencia”.

D. Karl Josef Romer

“Recibí oportunamente, tras nuestra conversación en la Nunciatura Apostólica, los volúmenes V y VI del ciclo C de Mons. João Clá Dias, que de inmediato me son de mucha utilidad. Estoy admirado con la abundancia de dones que Dios depositó en Mons. João y que se hace manantial de diversas formas para la vida de la Iglesia. Muchas gracias por su don.

D. Felipe Aguirre Franco

“Deseo destacar el cuidado en la formación doctrinaria de los jóvenes para que sean el buen fermento en la sociedad actual. Preocupación constante de su fundador, Mons. João Scognamiglio Clá Dias, autor de varias obras de reconocido valor evangelizador”.

D. Milton Antônio dos Santos

“Conocí muy de cerca al fundador, Mons. João Clá Dias (…). Lo considero un hombre de verdadera y sólida piedad, de una conciencia muy recta y un verdadero deseo de santidad y de que sus hijos e hijas espirituales sigan el camino de la perfección. Sus escritos son de una profunda solidez doctrinaria y, (…), leo atentamente todos los meses la Revista Heraldos del Evangelio, especialmente los comentarios sobre el Evangelio escritos por él”.

D. Salvador J.M. Piñeiro García-Calderón

“Mons. João es, de hecho, una persona completa, una dádiva de Dios a la Iglesia. En primer lugar, porque enseña a través de su testimonio de vida. De ahí el nombre de la asociación que él fundó. Los Heraldos anuncian el Evangelio no solo con la boca, sino y principalmente, con su comportamiento”.

D. Benedito Beni dos Santos

“Se percibe la profunda formación intelectual de Mons. João, así como su consistente espiritualidad”.

D. Atilano Rodríguez

“¿Cómo no tener un gran aprecio por Mons. João, Fundador de estas asociaciones? Los buenos frutos se deben a que el árbol es bueno.
Leyendo [sus] artículos [y] los varios volúmenes de los “Inéditos del Evangelio” y otros libros, podemos aquilatar su vasta cultura filosófica, teológica y exegética. Realmente es un hombre de Dios (…).
Un óptimo árbol que produce buenos frutos (…) una fe profunda, sin la cual esta verdadera epopeya no habría sido posible”.

D. José Belvino do Nascimento

“Quiero manifestar mi estima y profundo respeto por Mons. João Scognamiglio Clá Dias por haber sido fiel a la llamada de Dios para fundar esta nueva familia religiosa que tiene un gran papel en la expansión del Reino en este nuevo milenio. También agradezco su docilidad y colaboración con la Jerarquía Eclesiástica, que recibe de sus hijos espirituales un apoyo continuo”.

D. Luisgi Morao Andreazza, O.F.M.