La Iglesia perseguida 3 – La muerte de una civilización y las invasiones bárbaras
Presentación del módulo 3
Si un atento estudiante de Historia se detuviese para contemplar la caída estrepitosa del Imperio romano, sus causas y consecuencias, concluirá sin dificultad que no fue Roma la que cayó, sino que era aquel mundo civilizado el que había sucumbido.
Las letras, las artes y la cultura en general no sólo fueron destruidas, sino que fueron calificadas como algo superfluo y denigrante. Si no se hubiera levantado una fuerza moral potente y capaz de cambiar los rumbos de la Historia, el mundo volvería irremediablemente a la Edad del Hierro. Las hordas bárbaras lo saqueaban todo y, como no sabían leer, no les interesaba aprender: cualquier texto escrito que encontraban era útil solamente para alimentar el fuego y calentarse durante el invierno. La cultura estaba definitivamente muerta.
Las invasiones no fueron cosa pasajera: en el siglo V y VI, los bárbaros; en el VII y VIII, los musulmanes; en el IX, X y XI, los vikingos; incluso en varias regiones de Europa hubo momentos en que dos pueblos invasores iban devastando al mismo tiempo. Aquellos salvajes no solamente eran incultos, sino algo mucho peor: tenían aversión a todo lo que fuera cultura.
Dentro de aquel caos sin salida, las autoridades civiles huyeron en desbandada, y sólo la autoridad religiosa permaneció en su puesto, pues la norma de la Iglesia era que los pastores corrieran la misma suerte que sus ovejas. De esta forma, la cultura quedó amparada al calor de la Fe.
Después de siete siglos se dio un milagro de alcance continental: de aquel conjunto de pueblos bárbaros nació la Civilización Cristiana. La Iglesia fue la única que consiguió un cambio tan radical: aquella horda de los mayores destructores de todos los tiempos se transformó en el conjunto de los constructores más ingeniosos y perfeccionistas. De los salvajes más ignorantes, nacieron las escuelas más espléndidas. De la brutalidad absoluta brilló la caridad más delicada. De los carniceros más sanguinarios se destilaron los caballeros más elegantes y educados. Un verdadero milagro de la Iglesia perseguida.
El P. Roberto José Merizalde es Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Salesiana de Roma. Desempeña el cargo de Coordinador de estudios del Instituto Filosófico Aristotélico-Tomista, en São Paulo (Brasil), afiliado a la Pontificia Universidad Salesiana, de Roma. Cuenta con cerca de medio centenar de artículos académicos y ha sido coordinador de diez libros en esa área.
Lecciones del curso
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